miércoles, 23 de diciembre de 2009

Santa Claus - J. M. Pedrosa

Santa Claus
J. M. Pedrosa


La leyenda de Santa Claus deriva directamente de las que desde muy antiguo han adornado la figura de San Nicolás de Bari (ca. 280 - ca. 350), obispo de Myra y santo que, según la tradición, entregó todos sus bienes a los pobres para hacerse monje y obispo, distinguiéndose siempre por su generosidad hacia los niños.

En la Edad Media, la leyenda de San Nicolás arraigó de forma extraordinaria en Europa, particularmente en Italia (a la ciudad italiana de Bari fueron trasladados sus restos en el 1087), y también en países germánicos como los estados alemanes y holandeses. Particularmente en Holanda adquirió notable relieve su figura, al extremo de que se convirtió en patrón de los marineros holandeses y de la ciudad de Amsterdam. Cuando los holandeses colonizaron Nueva Amsterdam (la actual isla de Manhattan), erigieron una imagen de San Nicolás, e hicieron todo lo posible para mantener su culto y sus tradiciones en el Nuevo Mundo.

La devoción de los inmigrantes holandeses por San Nicolás era tan profunda y al mismo tiempo tan pintoresca y llamativa que, en 1809, el escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859) trazó un cuadro muy vivo y satírico de ellas (y de otras costumbres holandesas) en un libro titulado Knickerbocker's History of New York (La historia de Nueva York según Knickerbocker). En el libro de Irving, San Nicolás era despojado de sus atributos obispales y convertido en un hombre mayor, grueso, generoso y sonriente, vestido con sombrero de alas, calzón y pipa holandesa. Tras llegar a Nueva York a bordo de un barco holandés, se dedicaba a arrojar regalos por las chimeneas, que sobrevolaba gracias a un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso. El hecho de que Washington Irving denominase a este personaje "guardián de Nueva York" hizo que su popularidad se desbordase y contagiase a los norteamericanos de origen inglés, que comenzaron también a celebrar su fiesta cada 6 de diciembre, y que convirtieron el "Sinterklaas" o "Sinter Klaas" holandés en el "Santa Claus" norteamericano.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Sabiduría y Educación en el Pensamiento de O. Clement - Héctor Padrón


Sabiduría y Educación en el Pensamiento de O. Clement
Dr. Héctor Jorge Padrón

Universidad Nacional de Cuyo - Conicet


Preliminar


Propio de la Sabiduría y del Sabio es ordenar (1). Ahora bien, habrá que precisar aquí que no se trata de la experiencia del orden al cual nos tiene habituados la metodología y la epistemología de raíz cartesiana. El orden de una construcción perfectamente articulada según la exigencia diáfana de las razones more mathematico y, después, more trascendental, de raíz kantiana. El orden en cuestión no es nunca una construcción que nos pertenece a nosotros a partir de la iniciativa de nuestra razón; sino, ante todo, algo que la totalidad de la inteligencia del hombre (ratio et intellectus) descubre como don y como exigencia inexcusable de la realidad. Así, entonces, el ordenar aquí es el escuchar, el descubrir desde el asombro y la fidelidad del discípulo, el celebrar inacabablemente el gozo de la experiencia de la Sabiduría: el Secreto y la Comunión. Este orden se propone a partir de ciertos requisitos que será preciso cumplir con generosidad: el silencio y el pudor. Se comprende por qué la antítesis de la Sabiduría es la obscena multiplicación de las palabras y aun de los signos que interpretarán, indefinidamente, otras palabras y, todo esto, en el proceso de una creciente confusión. En suma: Babilonia.

Toda nuestra Educación debe descubrir los niveles solidarios de la Sabiduría: la sabiduría filosófica, teológica y, finalmente, mística (2) si, como se presume, quiere seguir siendo humana (3).

Uno de los rasgos principales de la actitud de la Sabiduría es que a través de la totalidad de los niveles mencionados -filosófico, teológico y místico- permite que el hombre pueda revertir el movimiento por el que nos abandonamos a la fuerza de la corriente -cualquiera ella sea: la de lo cotidiano, la de la moda intelectual o la de una interpretación ideológica de la historia- dejándonos ir y arrastrar y, en cambio, remontar contra corriente hacia la profundidad de la fuente para buscar abismarnos en la verdad y ser poseídos por ella. Una de las serias dificultades de esta conducta consiste en la necesidad de aceptar quedarnos solos. Esta soledad se promueve a partir no sólo del esfuerzo y la exigencia constantes sino, también, de la paciencia y la perseverancia indispensables para que, efectivamente, nos sea posible mirar y ver, en el sentido de contemplar la realidad de cada cosa en su rostro (4). Todo ocurre como si la Sabiduría, en su totalidad, reclamara siempre una purificación de nuestra inteligencia, un modo de sentir y de pensar que nos complace llamar icónico, en cuanto que debe atravesar lo visible para tratar de aprehender lo invisible (5).

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